Desde siempre, me ha gustado el jazz europeo y dentro de él, ese que se elabora en Francia con un toque a los barrios bohemios de Paris. En esa ciudad, precisamente, es donde nació el estilo inconfundible del siempre recordado guitarrista, Django Reinhartd, y su grupo del que formaba parte el también desaparecido violinista, Stephane Grappelli, maestro e inspirador de Costel Nitescu.
Este virtuoso del violín ha visitado la XII edición de Jazz San Javier, para deleitarnos con su música cuyo concierto, fundamentalmente, ha basado en su reciente disco “Forever Swing, Grappelli Forever”, en el que tanto el espíritu de Grappelli como el de Django están muy presentes. El concierto de este músico afincado en Paris ha constituido toda una demostración de belleza sonora. El público presente en el auditorio del Parque Almansa quedó absorto con los sonidos del cuarteto de Costel Nitescu, que a pesar de no ser de palabra fácil sí hablaba –y mucho– con su violín, del que se emitían bellas notas, con un “swing” magnífico que enganchaba al momento. A ello contribuían partituras como “Night in Bucarest”, del propio Nitescu, dirigiéndose en cada momento a su músicos; unas veces al batería, otras al pianista y, finalmente, a su bajista. “Django”, en recuerdo del gran guitarrista gitano-belga y compañero de Grappelli al que impregnó con su sonido y manera de interpretar, o una pieza de Legrand titulada “Ballade”. Nitescu demostró un absoluto dominio del instrumento e hizo vibrar al auditorio, a pesar de que la noche era propicia para los abanicos como consecuencia del intenso calor húmedo reinante en la sala. A destacar su original versión de “Tea For Two” (“Té para Dos”), con continuos cambios de tempo en el ritmo de la popular partitura de Cole Porter y un Nitescu realizando un solo en “pizzicato” que arrancó los aplausos del público.
Con “Pent Up House”, finalizaba su concierto Costel Nitescu, a quien el auditorio le pidió un poco más y el violinista y su grupo accedieron a ello, con una partitura de Django Reinhardt que aparece en la película “Chocolate”, y que hizo las delicias de todo el auditorio.
La segunda parte de este caluroso miércoles de Jazz San Javier, en todos los sentidos, fue para revivir, de manera condensada, el recorrido histórico del blues de Chicago. Un desfile que iniciaron el pianista Johnny Iguana y el batería Kenny Smith, con una pieza de “boogie woogie” titulada “Chicago Breakdwon”, que sirvió para caldear aún más el ambiente del auditorio. A renglón seguido, un guión copiado del doble disco que nos cuenta esta historia reducida con la voz y armónica de Billy Boy Arnold.
Tras ello, siempre haciendo de maestro de ceremonias el armonicista Mathew Skoller, la presentación para John Primer, que –sombrero tejano sobre su cabeza– agarró su guitarra e inició la inundación de un frenético “blues” titulado “Feel Like Going Home”, con lo que acabó por completar el foso de incondicionales del género que movían su cuerpo al compás de la música.
Otro de los grandes nombres que han recopilado esta historia: Billy Branch. Con tan sólo diez años, Branch se inició en el difícil arte de tocar la armónica. Tanto es así que en su pueblo se convirtió, a los 18 años de edad, en toda una estrella del blues local. Desde entonces, su fama y prestigio ha ido creciendo, convirtiéndole en uno de los armonicistas que con más estrellas del género ha tocado. Junto a estas “estrellas del blues”, la banda estaba integrada, además de por Johnny Iguana al piano y el armonicista Mathew Skoller, por Billy Flynn, en la guitarra; Felton Crews, en el bajo; y Kenny Smith, como hemos indicado al principio, en la batería.
Y si Branch había puesto el acelerador a 120 por hora, lo terminó de incrementar el guitarrista Lurrie Bell, que con su técnica de pulsar con el pulgar de su mano derecha arrancó unos sonidos redondos a su guitarra, con blues de auténtica etiqueta negra tales como “My Love Will Never Die”, “I Belivie” y “Damn Rights I’ve Gotte Blues”. Una pieza final con todos sobre el escenario, “Blues Had a Baby”, fue el final de este repaso al mítico blues de Chicago. El auditorio andaba “caliente” y pidió más. Y esta banda de primera regresó al escenario, para obsequiar a este público con una pieza más para el deleite general, que a esas horas (más de 35 minutos después de la medianoche) parecía que al día siguiente no fuera laborable porque la noche era joven. El ambiente era propicio para ello: calor húmedo, bebidas y música de blues. ¿Qué más se puede pedir?
sábado, 25 de julio de 2009
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