
El concierto comenzó con un tema del trompetista, Freddie Hubbar, “Red Clay”, al que siguió una pieza del recordado Wes Montgomery: “Road song”. ¡Qué sonido! ¡Qué banda! Era como si por la megafonía de la sala nos hubieran dejado conectar un giradiscos y hubiésemos colocado en el plato un viejo vinilo del año 1975, perteneciente al extenso catálogo del CTI. Un sonido limpio y redondo, donde nadie suena más que el resto salvo en los solos instrumentales. El saxofonista, Bill Evans, hizo las veces de Maestro de Ceremonia y presentó a la banda. Luego pidió la ayuda de Hubert Laws, quien domina bastante bien el español, para indicarnos que "la música es una bendición divina". Y le llegó el turno al percursionista, Airto Moreira, que dejó una de sus "master class" vocal y percutiva a ritmo de "samba". ¡Qué marhavilla! De qué manera tocaría el pandero, que parecían varios a la vez. Era una antesala para dar paso a su esposa, Flora Purin, a quien los años la han tratado bien físicamente, pero parece que en lo de la voz le han castigado un poco más. Sin embargo, no deslució una noche tan cálida y viva como la que se celebraba en el auditorio del Parque Almansa. El público entraba al juego de la banda sin que ésta se lo pidiera. La comunicación entre músicos y auditorio estaba establecida desde el tema de Hubbard. Y sonó "Río San Francisco", "Corcovado" y "Sugar", de Stanley Turrentine. Después de una hora y 45 minutos, las estrellas se despedían del auditorio con cara de enorme satisfacción. Pero este público no es un público al uso y pidieron más. Las estrellas concedieron un poco más de su luz musical, para terminar de satisfacer al auditorio del Parque Almansa. ¡Qué grande es la música! Y es que, lo hacen tan fácil... Definitivamente, me quedo con San Javier y sus estrellas.

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